fotografías
Como los plátanos de indias, hundimos nuestras raíces buscando el centro de la tierra.
Queriendo abrazar a nuestra madre tierra, quisiéramos volver a la seguridad uterina. Libres de violencia, a salvo de miradas, en nuestra propia caverna sin estridencias.
Pero la aridez del suelo, nos está marchitando.
Quizás sea hora ya de buscar otra tierra más fértil.
Aullar a la luna húmeda
Como el rastro de arena cuarteada que deja la bajamar, llenos de cicatrices momentáneas prestas a borrarse. Así acabamos el día, esperando que una ola salvadora haga desaparecer la erosión salina que nos produce el simple hecho de existir. Nos gustaría aullarle a la luna, no podemos, por eso nos conformamos con la intensidad azul de su brillo.
Otoño
Otoño de hojas crujientes, pálidos reflejos, verdes desvaídos y tardes ya amenazadoras. Yo miro al horizonte con esperanza, pese a todo, pese a todos, pese a mí mismo. Aunque la esperanza se vuelva ocre, aunque el cielo se torne en plomo, aunque esté suspendido como una gota a punto de caer al abismo, aunque me convierta en nieve.
Gotas
Gotitas, salpicaduras de casi nada, inanimadas y brillantes al trasluz. Piezas del puzzle de la vida.
Siempre en movimiento, siempre jóvenes, siempre viejas, como flotando en el tiempo detenido.
Sólo son agua, sólo son instante.
La hormiga
Insignificante en un mundo de dura roca, la hormiga se afana por llevar a casa su pesada carga. Feliz por
tener ocupación, por formar parte de una inmensa colonia. Se siente arropada por la masa. No conoce a la poderosa reina que decide cada día su destino, no le hace falta, tampoco necesita pensar, le va bien siendo la pieza más pequeña, fundamental pero prescindible, material fungible presto a convertirse en
deshecho.
Somos hormigas, ahora sin hormiguero.
Satélites
No nos engañemos, somos el satélite de un satélite. Nosotros que nos creímos el centro de la creación y
resulta que vivimos en la periferia de una galaxia pequeña, perdidos en la inmensidad espacial. Duramos un parpadeo y sin embargo nos dedicamos a hacernos la puñeta unos a otros, los unos más que los otros, todo depende del perímetro de nuestra gorra de plato.
Así que en lugar de disfrutar de nuestro guisante cósmico, los menos exprimen a los más y los más hacen que gire el mundo, pero eso no importa, porque gracias a eso,
a más de uno le dedicarán una calle en su pueblo.
Somos una mota de polvo, pero nuestra estupidez es infinita.
Las habichuelas
Lo más importante para mi padre era ganarse las habichuelas, no pensaba en cómo realizarse profesionalmente.
Esta imagen no es de lentejas, ya sabes, si quieres las tomas y si no las dejas, si no de judías, aunque no tengan muy buena pinta. No tenemos elección, nos sudará mucho la frente hasta poder sumar a nuestro pan algo de engañifa.
Tragamos despacio ruedas de molino y comulgamos albúminas, insatisfechos pero felices.
Algún día podremos añadir chorizos, esos que se lo llevaron todo.
La insolente naturaleza
¿Qué pensará Chicuelo al verse rodeado y engullido por un árbol?
“Este matojo no sabe quién fui yo”, dirá desde su pedestal, relegado a servir a las aves urbanas como retrete.
Sin embargo, al árbol le da lo mismo lo que piense ese muñeco de bronce, él va a lo suyo. La fuerza de la primavera está muy por encima de la vanidad humana, del toreo y
de los transeúntes que ignoran de quién es esa estatua oculta entre las hojas.
Gafas
Quisiera vivir en el país de Hansel y Gretel rodeado de golosinas, perderme en el bosque y mordisquear la casita de chocolate y caramelo hasta saciarme. En lugar de ello, tengo que pelear porque no me echen de mi casita de hipoteca vitalicia. Cuanto me gustaría tener unas gafas con cristales de color rosa o vivir pendiente de los resultados de la liga de futbol.
La primavera
Igual que Machado.
“ Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera”
Contigo
Con la media luna de tu sonrisa
y tus ojos entornados
que saben mirarme.
Con las ondas de tus caderas,
y tu olor que yo respiro,
con tu nariz menuda,
atenta y centinela,
la ligereza de tu cuello
y el abrigo de tus manos.
Con todo, contigo.
El tiempo
pasa. Y pasa deprisa o despacio, según se mire. Pestañeas y con un clic, ya han pasado cuarenta
años.
Ahora que, aunque me siento joven, ya soy mayor. Con el correr de los años, uno va sintiendo una carga extra, un pesado lastre, un saco lleno de frustraciones y de
decepciones. Una amalgama de pequeños sinsabores, que vistos uno a uno no son nada, pero que en su conjunto, convierten la vida en una sorda desazón.
En ese zurrón, se amontonan los amigos perdidos, algunos por la muerte y algunos por la vida. Las cosas que hiciste y las que no y deberías haber hecho. Las palabras
pronunciadas y también las calladas. No es una tristeza vital, no, al igual que Neruda, confieso que he vivido. Es la sensación de que todo lo que has hecho cabe en una bolsa del Mercadona. Que
por mucho que hayas luchado, sólo has podido controlar tu vida durante los tiempos muertos. Y esos son muy pocos, vas improvisando a cada paso, sin guión, menos mal.
Por eso ahora que posiblemente ya has agotado más de la mitad del crédito de esta carrera loca, quizás pienses como yo. ¿Dónde quedó la inocencia? Entonces piensas,
mi patria es mi infancia. Bendita inconsciencia, con ilusión, sin remordimientos, sin conciencia.
Por eso, al ver a ese niño de la foto, no siempre, pero sí a veces, siento envidia.
De luciérnagas y difuntos
Las pequeñitas luciérnagas, en su nimiedad de insecto, tratan de iluminarnos aunque sólo sea un poquito.
Apenas iluminan a su alrededor, eso sí con luz propia. Quién le puede exigir nada, ni potencia ni brillantez. Al mundo les da igual su luz y sin embargo, ahí están, con su abdomen ardiente,
dispuestas a inspirar a poetas, pertinaces como la propia noche. Estrellas en miniatura, por que al fin y al cabo, que
importa que las estrellas iluminen mucho, están tan lejos. Todo depende de la percepción que tengamos, su destello en tan importante como nosotros queramos que sea.
Los difuntos, por el contrario, no emiten luz alguna, su resplandor nos llega rebotado a través, de las personas que los conocieron en vida. A veces su luz es
deslumbrante, forma parte tan esencial de nosotros, que nadie podría decirnos que no es nuestra. Así nos va conformando la vida. Estamos hechos de recuerdos, buenos y malos. Los vivos somos un
poco como el monstruo de Frankenstein, fabricados con retazos de otros, vivos o muertos y a veces, expresiones, reacciones y comportamientos muy nuestros, se los debemos a gentes que quizás
vivieron hace mucho tiempo. Los chistes, los refranes y las frases hechas, van clonándose por los siglos de los siglos. Son un préstamo, no nos pertenecen. Tal vez no somos propietarios ni
siquiera de nuestro cuerpo, porque se lo debemos al banco con el que contratamos un día la hipoteca.
Por eso, es que yo a veces envidio a las luciérnagas. A los difuntos, no porque mas tarde o más temprano todos acabaremos siéndolo.
Las criadas
Quizás para los que ahora tienen menos de cuarenta años, sea difícil recordar una serie de la BBC, llamada
“Arriba y Abajo”.
Así es como veo yo las relaciones europeas. En nuestra querida y vieja Europa, también hay dos partes.
Arriba están los que fabrican cosas, los de la prima de riesgo,
todos los conocemos.
Abajo estamos todos los demás, los sirvientes. Nosotros somos los que nos emocionamos con una caricia, con un gesto de aprobación ¿Les parecerá bien?, nos
preguntamos ¿Cómo podemos hacerlo mejor para agradarles?
Vivimos en la planta de abajo, que no en la zona noble de la mansión europea.
Partiendo de la nada, hemos llegado a alcanzar las más altas cotas de los servicios. ¡Como nuestras playas ningunas! Disculpe el señor, la cerveza, la quiere con o
sin espuma. Siempre queremos saber si lo estamos haciendo bien, o si la cagamos sistemáticamente. Desde nuestro histórico orgullo creemos siempre, que esto de vendernos por dinero, nos hace más y
más modernos, como si eso fuese el cielo de los nórdicos. Tenemos el punto de vista del gusano, que a base de arrastrarse cree que su estrategia es infalible.
No tomar la iniciativa en nada es cómodo sí, pero nos hace ser esclavos de nuestra propia mediocridad.
Quizás deberíamos pensar en la posibilidad de equivocarnos y pagar las consecuencias, responsabilizarnos de nuestros errores, pero ya que nos equivocamos, sería
mejor pagar por nuestros propios fallos, no por los de nuestros señoritos. Últimamente nos sentimos a gusto en el papel de manigeros del norte.
Igual resulta que el latinismo, esa idea de pertenecer al sur mediterráneo, no la confundimos con el hecho de estar atrasados, a lo mejor resulta que los señoritos
de Alemania, por poner un ejemplo, no son tan avanzados como pensamos. Quién sabe, es posible que la cosa sea al contrario. La vida es corta, somos mortales, no cruzaremos el río con dos monedas
sobre los ojos para el barquero. Lo mismo nos damos cuenta, puede que tarde, que existir es efímero y que nos parecemos a Grecia, Italia o Portugal.
Si le damos la vuelta al mapa, nos daremos cuenta que arriba o abajo es una cuestión semántica.
La Alhambra con ojos de luna
La Alhambra ciudadela amurallada erigida en el cerro de la Sabika, es la expresión decadente, de la otrora gloriosa cultura andalusí de siglos anteriores. Fue posiblemente la civilización mas avanzada de Europa en su tiempo. La fragilidad evanescente de su construcción, se debe a la idea de provisionalidad que tenían los granadinos, de su supervivencia en la tierra en la que habían vivido sus antepasados desde el año 711.
Sobre la “colina roja” «qa'lat al-Hamra'» y por orden de sucesivos reyes de la dinastía Nazarí, entre otros Yusuf I y Mohamed V, los musulmanes españoles representaron una recreación del paraíso prometido. Un conjunto de edificios levantados, para mayor gloria de Dios, pero desafiando las leyes del Islam, esculpiendo figuras de animales, construyendo una obra en honor del hombre.
La delicadeza, de, volúmenes y líneas, es paradójicamente un canto a lo terrenal. Su fascinación por el agua, los jardines y los espacios, es un premio para los sentidos.
Para disfrutar de este mundo, hay que dejarse llevar por los sonidos, las luces y los aromas. La serenidad, es aún mas patente, si cabe, cuando se pone el sol. La noche permite entonces, con su silencio, disfrutar de una luz diferente. Admirar las estrellas. Una relación íntima nace entonces, entre lo humano y lo divino. Uno se siente mortal, sí, pero afortunado de tener ojos, oídos, nariz y más sentidos hasta ahora desconocidos.